lunes, 2 de marzo de 2009

Triptico nº 12 - Alumna infantil. 4 años


Triptico nº 13 -Autorretrato de armario


BIO MJABAD

TEXTO PARA EL CATALOGO DE OSCAR ALONSO MOLINA

EL ARMARIO DE PANDORA


La última anotación de Carlos Alcolea, escrita cuando ya estaba ingresado en la clínica madrileña donde fallecería el veinte de septiembre del año noventa y dos, inauguraba un nuevo cuaderno de dibujo que sólo llego a contener este premonitorio juego de palabras -siempre un desafío, como dice Barthes-: “Día-Río, enfermo”. Lo demás es silencio; páginas en blanco... También en el más reciente proyecto de María Jesús Abad encontramos por algún sitio un “Arma-río” de mujer hospitalizada; allí, un ama de casa jubilada de sesenta y ocho años de edad, madre de tres hijos, abuela de cinco nietos, se presta a enseñarnos los pocos enseres que acumula en la taquilla durante su estancia en un centro de salud: una bolsa de aseo, un par de zapatos, un pantalón, una camisa, un abrigo, una maleta, una radio, tres bolsas para guardar cosas, algo de ropa interior... Qué poco valen las cosas materiales en tales momentos cruciales de nuestra existencia, cuando todo parece provisional, breve, mortal. El peso de lo que nos liga al mundo se aligera, cede ligeramente al empuje de los acontecimientos decisivos de una vida que suelta lastre, rompe amarras y se encamina hacia no sabemos muy bien dónde. “Aguas distintas fluyen sobre los que entran en los mismos ríos. Se esparce y... se junta... se reúne y se separa... se acerca y se va”, recuerda Heráclito en uno de sus más célebres fragmentos. Las pocas cosas que Alcolea dejó tras de sí en la clínica me las enseñaba un día, hace ya bastantes años, B. C., su más íntimo amigo, sin poder contener las lágrimas. No había vuelto a abrir aquella postrera bolsa funeraria de objetos personales en todos los años que habían transcurrido desde entonces, y se emocionó ante el estampado de una camisa que reconoció y, seguramente, llenaba su cabeza de figuras, sonidos, episodios, mil detalles... Sí, se comenta mucho el poder de evocación primaria que los olores imponen a nuestra memoria, pero quizá deberíamos prestar más atención a las energías que pueden poner en movimiento los estampados, los cortes, las formas, los pliegues... María Jesús Abad explica estos armarios, que se abren para nosotros un tanto indiscretamente, casi desde el punto de vista antropológico o social, como una fórmula elíptica capaz de poner al descubierto substratos inapreciables en la intrahistoria de personajes anónimos, ayudándonos a revelar lo que desde hoy mismo se oculta. De hecho, no es tanta casualidad que en torno al feminismo y la causa reivindicativa gay se diga mucho eso de “salir del armario” cuando se habla de la lucha por la visibilidad de las voces, los gestos, las actitudes tradicionalmente reprimidas. “Arca cerrada con llave, lo que guarda no se sabe”, dice por su parte nuestro refranero. Pero yo me temo que, más que nada, estos armarios funcionan al cabo como singulares cápsulas del tiempo: paquetes concentrados que cuentan algo a los por venir y que, por lo tanto, arrastran consigo todavía algún contenido monumental, conmemorativo, e inevitablemente fúnebre. Al empeñarse en abrirlos, la autora ve cómo escapan al mundo no sólo las desgracias del hombre, bajo las figuras del despilfarro o la pobreza, de la tristeza de las cosas que se agotan, de la muerte de las ilusiones ya consumidas, de la veleidad de las pasiones que impulsan nuestros deseos, etcétera, sino también buena parte de su belleza y armonía, con el ritmo que pauta el orden de las cosas en el espacio doméstico –sobre todo en torno al universo femenino-, con el ornamento como herramienta fundamental para volver habitable la vida, con la búsqueda del ajuste entre el hombre y las medidas que él toma sobre el mundo... Entre unas y otras, lo de dentro se mezcla con lo de fuera, ¿lo ves?, haciéndose así casi imposible distinguir con total nitidez si estos armarios muestran u ocultan, revelan o protegen; lo mismo que saber ya si son de una mujer en concreto o de un arquetipo que proyectamos sobre ella. Quizá porque según la etimología, Pandora es “el regalo de todos”; aunque dicen otros autores, que es “la que da todo”. Amén.
Óscar Alonso Molina [Madrid, Febrero de 2009]